Una navidad maradoniana en un bar porteño

Son medio centenar y se juntan todos los años a homenajear al jugador y al hombre que les marcó la juventud, a quien adoran casi como una deidad.

En las primeras horas de la noche, los fieles maradonianos se acercan desde todas direcciones al bar porteño que el 29 de octubre –día previo al natalicio de D10S– se convierte en templo. Están todos parados afuera, en la vereda: varios visten la camiseta azul de la selección nacional en el día más glorioso de la carrera del idolo, cuando apareció la «mano de dios» contra Inglaterra. Están planchaditas, como nuevas.

Los seguidores del Diego prometen una noche llena de milagros: la navidad siempre trae sorpresas. Las expectativas son altas y la organización precisa en la víspera de un nuevo aniversario del nacimiento del héroe: la familia maradoniana está preparada.

El mito narra que Diego Armando Maradona nació un 30 de octubre de 1960 en el Hospital Evita de Lanús. El bestial repertorio de hazañas que realizó durante su vida traspasó fronteras. Y ya antes de su muerte, devotos del ídolo popular lo inmortalizaron en este festejo anual que conmemora su natalicio

La primera ceremonia se celebró en 2013: cinco amigos se congregaron en una casa para comenzar la tradición que once años después sigue viva. Tomas Turdo, Francisco Licciardone, Guillermo Brandauer, Nicolas Jayat y su hermano Agustin fueron los primeros en pertenecer al selecto grupo de maradonianos que año a año se reúnen para celebrar a su Dios. No son parte de la llamada Iglesia Maradoniana.

“Ahora somos cerca de 50. Empezó como algo tranquilo, pero fueron pasando los años y cada vez más gente se iba sumando. Igual no cualquiera puede entrar. A mucha gente le gusta Maradona, pero acá estamos los apasionados”, cuenta Nicolas Jayat a Página/12 en medio de una ronda de anécdotas sobre navidades pasadas.

Un clon de Maradona en la fiesta.

“Tengo más fotos de Maradona que de mi familia”, dice Alejo García mientras agarra una porción de pizza con una mano y una cerveza con la otra. Ya son siete años desde su primera navidad. Él señala que en el grupo de Whatsapp se la pasan mandando videos del Diego y enseguida asegura: “Yo lo amo. Fue un tipo que tuvo todo y nunca se olvidó de sus raíces. Muchos lo siguen por lo deportista, pero para mí él excede eso. Siempre estuvo con los buenos, del lado correcto de la vida”.

El exterior del bar se va colmando de maradonianos que con sus remeras, gorros pilusos y gorras, se funden en un mar azul, celeste y blanco. Más allá del distintivo colorido, la forma exagerada en que mueven los brazos y se tambalean al hablar, los delata argentinos.

Cerca de las 21 hs, los ojos de los fieles se abren grandes y anuncian la primera sorpresa de la noche: a mitad de cuadra aparece él. De figura robusta, barba desprolija y rulos largos salpicados de canas, tiene un reloj en cada muñeca y la Copa del Mundo entre sus manos: es el clon de Diego Maradona que está siempre en La Boca posando para los turistas. Se llama Ricardo González y llevaba una vida común, hasta que se le paralizó la mitad de la cara, subió un poco de peso y empezó a vestirse con ropa deportiva: descubrió que lo comenzaban a parar por la calle creyendo que era Maradona. Entonces decidió trabajar de D10S. Cuenta que en la celebración del último mundial en el Obelisco la gente se le tiraba encima y salió en la tapa de Crónica. “Es una locura lo que genera Maradona. Para mí él es sagrado”, asegura «el Dieguito» a Página/12, después de saltar en el pogo que se armó a su llegada.

“Messi es el mejor, pero Maradona el más grande”. Está todo más que bien con la pulga, es espectacular, pero uno tiene un solo «amor de su vida», y el mío es el Diego”, dice Francisco.

El grupo se sienta frente al templo, en la vereda, en una hilera de mesas preparadas. Adentro del bar una muestra de fotos retrata al Diego en todas sus etapas, en sus muchas vidas. En un rincón del bar hay una camilla y una tatuadora: Lupe deja la marca del 10 en la piel del devoto que esté dispuesto. El cuerpo de los asistentes a esta navidad tiene tatuajes con el rostro, la firma y el número mágico, algunos muy nítidos, otros gastados por los lustros. Un hombre se levanta las bermudas para mostrarle a todos el relato completo de Víctor Hugo Morales grabado con tinta negra en su pierna.

“¡Bienvenido maestro! Que noche tan esperada”. Dos maradonianas saludan al pequeño hombre sonriente y canoso que llega por la esquina de Scalabrini Ortiz: es uno de los apóstoles de Maradona. Nadie mejor para contar las míticas crónicas del 10 que Miguel Di Lorenzo, más conocido como “Galíndez”.

El histórico masajista y fisioterapeuta de la Selección en los Mundiales 1986, 1990 y 1994 –íntimo del mejor jugador de todos los tiempos– sienta sus 80 años en una mesa del bar: rodeado de seguidores atentos a su cuidado y sus palabras, despliega decenas de historias que vivió con quien llama «mi hermano».

El mítico Galíndez, masajista de El Diego.

“¿Qué te puedo decir? Esta es una celebración, hay alegría, hay amor, hay cariño. Pero también hay tristeza. Yo lo llevo conmigo todos los días, tengo una foto grande en casa y lo saludo por la mañana. Hoy, por ejemplo, le dije «feliz cumpleaños». La verdad es que sus últimos momentos me dejaron un sabor muy amargo, esa junta que estaba cerca de él era toda una porquería. Pero bueno, con él no se podía estar con cara de culo porque te retaba, así que hoy tampoco nos vamos a poner así”, cuenta Galíndez a Página/12.

Inés y Lucía son primas y las dos rondan los treinta y pico. Se iniciaron en las navidades con Maradona ya fallecido y aquí encontraron “un refugio para el dolor que significa su partida, y una fiesta para celebrar lo que fue su vida”. “Ahora se estaría haciendo una fiesta con todo lo que está pasando. Saldría a putear como loco y pondría unos apodos increíbles. Creo que lo que más me duele es eso: saber que no va a hablar más”, dice Lucía.

Para instalar un santuario móvil, los fieles cuelgan trapos de colores con la figura del ídolo. A un costado, sin soltar la cerveza, con los codos apoyados en la mesa y con una media sonrisa en la cara, Matias Verá Torres explica su teoría: “Lo que hicieron Jesús y Maradona fue casi lo mismo. La diferencia está en que uno jugaba al fútbol y el otro era político. Jesús transformó el agua en vino, sí claro, pero Maradona metió un gol con la mano, eso también es magia. Son pocos los que movilizaron a tanta gente y estos tipos llegaron a conquistar el mundo”.

Uno de sus devotos, Rodrigo Mondragón, dice que no defiende a Maradona por la pureza de sus acciones. Él se maravilla por la humana imperfección con la que avivó profundas emociones en argentinos y extranjeros.

— ¿Para vos qué significó el Diego?

— A mi me toca una fibra que no me la toca nadie. Yo amo al Diego Cebollita, al que rompió todo, al que salió de la nada y lo conquistó todo. El mundo por lo general te ofrece poco, pero de repente aparece un Maradona para traerte alegrías. Cuando no teníamos nada, lo teníamos al Diego.

“¿Lo vieron? Anda por ahí”, advierte Matias al grupo sentado en la mesa.El artista líder de las Pastillas del Abuelo se cuela entre la gente cargando con su guitarra y un fernet. El Piti Fernández llegó a la navidad por recomendación de Hernán. No todos sabían que el mítico “Sensei de las canciones era parte del elenco estable de los devotos admiradores del 10.

“Al Diego lo conocí en dos oportunidades -cuenta el cantante argentino a Página/12-; una vez cuando nos invitó a su casa después de haber escuchado el tema que le dedicamos. Y la segunda en la cancha de Huracán, donde terminamos saltando abrazados, puteando a los ingleses. Para putear a los ingleses los mejores fueron Perón, Iorio y el Diego; y yo me fui con el privilegio de haberlo hecho al lado del 10”. De ese día tiene un recuerdo que lo voltea: “‘Dos potencias se saludan’, me dijo el delirante cuando me abrazó. Usó la frase que Gatica le dijo a Perón”.

El Piti lanza la información de que tienen escrita una obra conceptual de 12 canciones cronológicas sobre la vida futbolística de Maradona separada por mundiales. “En su momento, tuvimos la oportunidad de mostrársela y él nos devolvió un audio con la voz quebrada agradeciendo”, cuenta. Y hace una pausa de esas que se necesitan para poder continuar entero. “Todavía no están grabadas ni compuestas, por ahora solo está la obra escrita que hizo Beto, un tachero amigo. Esta la vamos a sacar seguramente a los 10 años de la ausencia del 10. Llevamos cuatro, así que en seis años lo presentaremos”, completa.

Llegan las doce de la noche y medio centenar de maradonianos cortan la calle. Maradona cumple 64 años. “Es que el Pelusa era fanático de los petardos”, explica Paulo mientras enciende el fuego pirotécnico. Los ruidos y colores invitan a los vecinos de Villa Crespo a sumarse al festejo: desde un balcón salen un padre y su hija a revolear sus camisetas y en la esquina de enfrente dos chicos alientan a la hinchada del 10 que salta en medio de la calle.

Adrian Castelnuovo se pone al frente de la entrega de los regalos y dice: “no le podes caer bien a todo el mundo, pero bien que los seguidores del Pelusa damos vuelta el mundo. Él es la fuerza motivadora que nos reúne hoy acá y nos hace abrazarnos con alegría”. Y comienza el intercambio por el método del amigo invisible.

La noche se va terminando y los fieles se paran alrededor de las guitarras del Piti y del futbolista y cantante argentino, Héctor Bracamonte. “Y Jesucristo a los saltos, festejaba la proeza, del señor Díez y su alteza”, cantan para dar fin a la noche. Comienza el día santo en que la Argentina hizo suyo al pibe de Fiorito.

Entre regalos y abrazos, los devotos se desconcentran para volver a sus casas. Ha comenzado un día santo, pero no feriado. El último maradoniano, aferrado a la noche de alegrías, se va del bar a las cinco de la mañana y se lleva con él todas las anécdotas del encuentro.

Informe por Lucía Bernstein Alfonsín.

Fuente: Página12

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