El problema es la consistencia, no la crueldad

El problema actual no reside tanto en los efectos sociales adversos del modelo, sino en su falta de consistencia estructural. La estabilidad financiera, sustentada en el ingreso de capitales y un dólar sobrevaluado, enfrenta incertidumbres a medida que persisten déficits en la economía real y aumenta la dependencia de flujos externos y del acuerdo con el FMI.

Una dimensión aburrida del siempre “divertido” análisis económico local es que la historia se repite ad infinitum. Lo que se debate, en todo caso, suelen ser las variantes y sus numerosas analogías, por ejemplo, si el actual tránsito económico se parece al de 1976-78, al de finales de los ’90 o a los primeros dos años del macrismo. Aunque va quedando lejos en el tiempo, especialmente para la cortísima memoria política nacional, en las redes sociales todavía se recuerda como meme la previsión de la inflación para 2018 de “10% +/- 2”, que inmortalizara la inolvidable dupla Sturzenegger-Llach, no casualmente regresados por el mileísmo. Lo que sucedió inmediatamente después es conocido, una crisis externa de proporciones, con la vuelta al FMI y dos años de agonía económica. Corriéndose un poco para atrás, si se mira hacia el final de la Convertibilidad, antes de la hecatombe, la inflación estaba al borde del negativo y el riesgo país rondaba los 600 puntos. La utopía de entonces era alcanzar el “investment grade”, una buena calificación para los títulos de deuda, es decir un riesgo país por debajo por lo menos de los 300 puntos, lo que supuestamente daría lugar a un boom inversor como antesala para la felicidad del pueblo.

Se recuerdan superficialmente estos momentos porque fueron tiempos de bonanza ficticia en los que se podía sostener un tipo de cambio apreciado y estable gracias a la entrada, por distintos motivos, de abundantes capitales financieros. Estos flujos permitieron, mientras duraron, ignorar al “elefante en el bazar” de los planes: una cuenta corriente cambiaria que, al igual que comenzó a suceder en el presente, había ingresado al rojo. El ingreso de capitales también permitió ignorar a la economía real, al mundo de la producción, que como en el presente no daba señales de generación de los dólares genuinos, es decir comerciales. Por estas breves razones de memoria económica, leer y escuchar en el presente a profesionales de la economía ponderando los indicadores de superficie como la expresión de lo bien que funciona el modelo mileísta es, como mínimo, sorprendente. En especial porque en la era de la información y la inteligencia artificial estas opiniones, a pesar de la cortedad de la memoria social, quedarán inmortalizadas. La estabilización vía pisar el dólar contra el ingreso circunstancial de capitales financieros es una película que ya se vio demasiadas veces y siempre con el mismo final. Mal que le pese a la ilusión de los creyentes, esta vez tampoco será distinto.

No se pone el foco en la crítica social al modelo, en sus efectos devastadores para el bienestar de las mayorías, en su sesgo clasista pro ricos, en la construcción de un país para un tercio de la población. A los votantes de La Libertad Avanza no les interesa esta dimensión. Si gobierna el extremismo es porque ganó la batalla cultural. Para el Presidente la justicia social es, literalmente, “una aberración”. La crueldad social, la saña contra los más desfavorecidos, desde pacientes con enfermedades terminales, niños que se van a dormir sin comer, estudiantes pobres o jubilados desesperados, se volvió hasta cool entre los jóvenes libertarios, una manera estúpida de celebrar la “incorrección política”. Son los tiempos que corren. Lo que está en el centro del problema no es la crueldad, sino la consistencia interna del modelo. Y como sucedió tantas veces en la historia local su continuidad depende exclusivamente de la capacidad de conseguir dólares financieros. Sin embargo, como lo demostraron las experiencias de 2001 y 2018, esa posibilidad un día simplemente se agota. Por ejemplo, después del “megacanje” la convertibilidad terminó y ya a fines de 2017 se esperaba que ocurriera una crisis externa, lo que nadie podía decir con exactitud era la fecha y la hora. Con el diario del lunes hoy sabemos que ocurrió antes de lo esperado.

Los datos muestran que la inflación sigue bajando. La consultora PxQ, que no suele fallar, midió en octubre 2,9 por ciento. Los alimentos aumentaron todavía menos, el 2,4. Si el Indec confirma los datos no solo se habría “perforado el piso” del 4 por ciento mensual, sino el del 3. Si es verdad que los votantes eligieron a Milei para que baje la inflación todo debería ser felicidad. Los paros y el descontento solo responderían a la agitación y a la maldad sindical.

Según el estudio de Orlando Ferreres, en los primeros 9 meses del año la inversión bruta fija cayó el 20,4 por ciento. Quizá a los “no economistas” este número les diga poco, pero es un verdadero derrumbe que señala que la fiesta que permite planchar el dólar y por extensión los precios, ocurre solamente en el mundo financiero y que la economía real no se está preparando para pagar el sustento de la valorización financiera, lo que abre un interrogante para cuando los flujos de capital que hoy ingresan, tanto por el generoso blanqueo de capitales como para aprovechar el carry trade, cambien de dirección.

Por ahora la única diferencia con las experiencias del pasado en materia de divisas es la existencia de un sector, el energético, que pasó de deficitario a superavitario. Si se lo mira bien, con sus defectos y virtudes, la promoción de la explotación de los hidrocarburos no convencionales, especialmente en la formación neuquina de Vaca Muerta, fue la única política que contó con el consenso de todas las últimas administraciones. También es posible que a partir del RIGI avancen las inversiones mineras, que comenzaron muy tibiamente. La previsión es que en 2025 habrá más ingreso por exportaciones energéticas y algo de minería, el agro aportará lo mismo o menos por una presumible baja de precios a partir de la buena cosecha hemisférica de soja. Estos ingresos deberán competir con las salidas por turismo y el aumento del resto de las importaciones. Y a esta balanza deberán agregarse los pagos de deuda y la deuda nueva, si es que existe. 
  Cabe preguntarse si el saldo de divisas será suficiente para sostener el dólar barato, que es la base de la actual estabilidad. La tendencia parece clara. La cuenta corriente cambiaria ya suma 5 meses en rojo. En septiembre el negativo fue de 700 millones y acumuló casi 4 mil millones en rojo. No obstante, la película completa es que en los primeros 9 meses sigue positiva en unos 14.000 millones, pero el cambio de tendencia ya se produjo. Un último detalle, que siempre debe recordarse, es que el ingreso futuro de dólares financieros es altamente dependiente de la renovación del acuerdo con el FMI y que al Fondo le disgusta especialmente la sobrevaluación cambiaria.

Fuente: El destape

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